13 de abril de 2014

Yo ya soy una naranja entera.

Si tengo que hablar desde mi lugar en el mundo:
Tengo un título.
Tengo una Maestría (en otra cosa diferente).
Tengo un trabajo.
Llevo adelante tres proyectos independientes (que en breve serán cuatro).
Mantengo una casa. Me mantengo.
Estoy estudiando una nueva carrera.
Estoy enseñando cursos.
Estoy estudiando otros cursos.

Y aún así me queda tiempo para cocinarme, tirarme a leer, ver mis series preferidas, juntarme con amigos, escribir, ir a Yoga, tener hobbies como, por ejemplo, sacar alguna que otra foto, hacerme una pulsera, dibujar un mandala o hacerle decoupáge a una caja; incluso descansar y, hasta hace poco, hasta tiempo para un novio tenía.
Tengo tiempo para estar en silencio, meditar y entrar en contacto con la esencia más profunda que tengo: conmigo misma, con mi propio Yo.

Si tengo que hablar desde mi lugar Universal, yo ya soy consciente de mi paso por el planeta, de qué vine a hacer, de qué tengo que vivir para cumplir mi misión.
De cómo vine a ayudar y de qué procesos tengo que pasar, qué tengo que aprender, qué tengo que enseñar, qué tengo que dar y que, principalmente, tengo que pasar un gran proceso que es el de conocerme a mí misma, reconocerme y hacerme cargo de mi poder. De qué karma debo limpiar. (Obviamente hay miles de cosas que no sé, sino no tendría gracia!)
Y así, sólo así, esperar que el Universo traiga las cosas que corresponden, en esta vida, a mi lado.

Así es que me pregunto, qué es lo que nos lleva ansiar estar con alguien que nos complete, como si no fuéramos un paquete entero ya, con todo lo que cargamos. Cómo es que nos pasamos la vida esperando a que llegue alguien especial, alguien que nos saque del hastío, de lo común, que nos transporte a un cuento de hadas y sea perfecto, si, perfecto como nosotras no somos.

Porque tengo bastantes altibajos, tengo poco filtro para decir las cosas, soy vueltera para algunas otras, a veces soy bastante ciclotímica, soy celosa de todos los que quiero, soy sensible y sentimental, veo mucho a futuro -por eso trato de apreciar las pequeñas cosas de cada día, para anclarme en el presente-, tengo constantes contracturas en el cuello (gracias a mi terquedad) y suelo ser muy exigente, conmigo misma y con los demás.
Tengo defectos, claro, así como tengo virtudes.
No me importa qué puedan pensar los demás de mí, no me importa si les caigo bien o no, o si se consideran aptos para juzgarme o creerse conocedores de mi persona en base a lo que digo acá.

Porque bien puede ser todo mentira, no?

En fin, yo no tengo un vacío. A mí no me hace falta nada externo. No necesito nada ni nadie que me complete, porque yo ya soy una persona entera, íntegra, independiente, fuerte, inteligente y decidida.
Yo no doy pasos para atrás, porque tengo la mira puesta adelante, allá adonde tenga que llegar.
Pero los ojos los tengo acá, en el camino, en el día a día y en cada cosa que me pasa, que me sirve, de la que absorbo y aprendo.

Tengo los ojos dentro mío, porque así lo necesito. Mirándome adentro es la única manera de conocerme, de saber lo que quiero. Y cuando sé lo que quiero, me planto diferente frente a la vida. Vibro de determinada manera, y ya todos sabemos que atraemos lo que vibramos.

Estoy parada desde un nuevo lugar, desde el lugar de mujer madura y no de nena necesitada o carente de afecto. Porque el amor nace desde mí. Si yo no me amo, si no me apruebo, si no me valoro, nunca nadie externo lo hará por mí.

Así que estoy en ese nuevo espacio, donde a veces estuve, pero siempre me corría un poquito: ahora decido quedarme acá.
Amarme del todo, sin limitaciones, antes de poder amar así, también sin limitaciones, a otro.

Necesito darme a mí misma, comprometerme conmigo y con lo que quiero de mi vida.
Me digné, por ejemplo, a ponerme horarios a trabajar por mi cuenta.
A no faltar a yoga, a dedicarme la siesta, a contar sólo conmigo, pero no desde el lugar de víctima,  sino desde ése en el que yo sola me basto, soy suficiente.

Tampoco hablo desde el ego, hablo desde la comodidad que siento cuando estoy conmigo misma. Cuando escribo, cuando voy al cine, cuando me cocino. Aprendí a decir ME quiero, antes del TE quiero.

Yo no necesito ningún hombre que venga a salvarme. Ninguno que se crea que tiene que venir a cuidarme o alejarme de algún peligro.

Yo ya conozco bien que el peligro, muchas veces, soy yo misma.

Claramente, en este momento, no deseo ningún hombre haciéndose el canchero cerca mío, por razones obvias: no tengo ganas, y estoy viviendo un cambio, que no sé cuánto va a durar. (o unos cuantos...)
Y como me amo y me respeto, respeto mis procesos.

Tengo en claro que estar con alguien ahora, sólo me haría peor a largo plazo: estaría tapando con otra persona el proceso que no quiero hacer, la realidad, y no es sano, porque prefiero hacer el duelo ahora y cerrar la herida, y no dejarla abierta el resto de mi vida por no haberlo hecho cuando correspondía.

Pero algún día, yo sé que voy a querer compartir mi vida con alguien.

Que voy a querer estar con alguien con quien caminar este camino, alguien que sea mi compañero de viaje y que sepa valorarme como la mujer que soy, como me dijeron hace poco, que sepa ver "el diamante en bruto que soy", y no me creo menos.
Que sepa dar amor sin limitarse, sin miedos.
Que sepa cuidarme, pero no de los males que aquejan al mundo, sino cuidarme de que nada me aleje de él, cuidarme de sus propios fantasmas quizás, como yo debería cuidarlo de los míos.
Alguien que tenga las mismas ganas que yo, de viajar, de vivir, de divertirse conmigo, de formar una familia (mucho más adelante, eh!), de dar y brindar todo este amor inmenso que llevo dentro.

Yo no necesito ninguna media naranja.
Yo necesito, algún día, otra naranja entera como yo, que tenga ganas de rodar para el mismo lado.

No hay comentarios: